El último de los Angora
Hola a todos. Lo que pondré a continuación es un cuento que presenté para un concurso, y como no calificó lo pondré aquí, para que no quede flotando en el olvido. Espero que lo disfruten. Si quieren hacer un comentario, o alguna sugerencia, no duden en escribirme.
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Al abrir los ojos, ella se encontraba parada frente al
espejo. Quitó la mano que tenía sobre su cabeza y la observó con duda.
Todo a su alrededor se sentía familiar y a la vez
desconocido. Se despegó del pequeño mueble al cual su mano la mantenía
aferrada. El lugar estaba infestado de fotografías suyas y de dos personas
mayores. Caminó un poco, acostumbrándose con los alrededores.
- Eli y Joan –se admiró de su propia voz chillona-
Denmark… Quince de enero del dos mil cuatro –soltó una risita burlona ante su
tono.
“¿Qué querrá decir aquello?”, se encogió de hombros y
dejó de lado las fotografías, para tomar una placa con la foto del hombre,
fechada dos meses después de la anterior, “Q.E.P.D.”, se extrañó. Poco a poco
fue entendiendo que aquellas personas, probablemente, eran sus familiares. Sus
padres y un abuelo canoso y de sonrisa arrugada. “¿Y si la inscripción
significaba que ellos estaban muertos?”, tomó la fotografía entre sus manos.
Sólo aparecían sus supuestos padres y el abuelo en ella. “Soy huérfana. –Tomó
asiento- Estoy completamente sola en el mundo”. Sin embargo, ninguna emoción ni
llanto removió su vacío corazón.
Volvió la mirada hacia el resto de la habitación. Se
levantó con parsimonia. Empujó la puerta, levemente abierta, del único cuarto
extra. Se extrañó del desorden. Continuó.
Sobre el velador encontró varios documentos, entre ellos
se hallaba su identificación. Entonces supo que se llamaba Norah Angora, que
pronto cumpliría veinticinco años, y que no sabía sonreír. Hizo una mueca con
desagrado y se guardó los papeles en el bolsillo del saco.
Por toda la alfombra había cajas selladas. Al lado de la
ventana, dos maletas con candado. En el tocador barroco se encontraba un
maletín marrón de cuero y un sobre manila cerrado a su lado.
El maletín estaba sin seguro, por lo que pudo abrirlo con
facilidad. Se sorprendió, a tal punto, que su cuerpo dio un leve respingo, sin
terminar de creer lo que veían sus ojos. Estaba lleno con fajos de dinero. Miró
de cerca. Revisó los bolsillos interiores. Dentro de uno se hallaba un billete
de la lotería. “¡Soy millonaria!”, saltó sobre un pie. Se abalanzó sobre el
maletín y se carcajeó.
Lo cerró y miró a su rededor, cautelosa. No debía existir
otra solución posible: ella estaba preparándose para disfrutar su recién
adquirida fortuna. Se dirigió a donde se encontraban las maletas. Un billete de
avión y su pasaporte confirmaron su sospecha. El vuelo era en tres horas.
Pensaba en lo dichosa que era, mientras se dirigía al
baño para alistarse. Una sonrisa desconocida llamó su atención. Levantó la
fotografía. La volteó y leyó la nota. Había un nombre, un lugar y una fecha. El
lugar era el mismo que aparecía en el billete de avión y la fecha no era hasta
dentro de una semana. Guardó todo. “Quizás ella sepa algo sobre mí –pensó
ilusionada-, o sobre mi familia”.
Diez minutos después, el timbré sonó. Aquello realmente
la asustó. Recién reaccionó a contestar, al tercer toque.
- Buenas tardes, señorita Angora. Su taxi la está
esperando en la puerta.
Ella atinó a sonreír, mientras guiaba al moreno hasta la
habitación para que llevase las maletas.
El chofer le conversó sobre el clima, el tráfico durante
el verano a treinta y cinco grados, sobre los problemas con su jefe y sobre su
ex esposa. Norah se unió a la charla, al notar que el trayecto se alargaba
debido al congestionamiento vehicular del mediodía.
Al llegar al aeropuerto, un hombre la esperaba con su
nombre escrito en una pizarrita acrílica. Ella saludó cortésmente. El joven la
ayudó a subir sus maletas al carrito y fueron hasta el módulo de chequeo.
“¿Será mudo?”, se cuestionó la mujer ante el total hermetismo del muchacho.
- Su avión sale en treinta minutos. La están esperando
señorita Angora.
- El tráfico es terri…
- ¡Apúrese!
El muchacho cargó su bolso de mano y la jaló por la
muñeca. Norah se sonrojó. Era la primera vez que alguien la tocaba, al menos,
desde que ella lograba recordar. La soltaron en la puerta de embarque.
- Tenga un buen viaje –indiferente.
- Gra…Gracias… -distraída.
Le entregó su boleto a la señorita de la puerta. La
llevaron hasta su asiento con prisa. La aeromoza negó con una mueca de
impaciencia, y varios pasajeros parecían aliviados al ver que al fin cerraban
la puerta del avión.
Norah se quedó dormida poco después de sentarse. Así que
no pudo disfrutar de la hermosa vista que ofrecían las montañas bajo ellos. Ni
las nubes, ni las cascadas, ni el mar. Ella sólo durmió pensando en todo lo que
haría con el dinero que había ganado.
Cuando bajó del avión, un hombre con esmoquin agitó su
nombre con letra imprenta, en un perfecto cartel color rosa. Norah se
identificó y lo siguió hasta un auto negro. Él tampoco hablo, pero no porque
fuese mudo, sino porque su español no era muy fluido. Él mismo se disculpó,
avergonzado.
La dejó en un hotel, donde su reserva ya estaba lista.
Subió hasta la habitación y se instaló. Era una decoración sobria, sin lujos ni
detalles extravagantes. Se preguntó si, a pesar de haber ganado la lotería,
ella separó aquel cuarto para no gastar de más. “Quizás era una tacaña”,
preocupada de su propia personalidad.
Salió a recorrer la moderna ciudad. Compró ropa lujosa,
zapatos –que tal vez no llegaría a usar-, carteras –todas en cuero y un par con
incrustaciones de diamantes- y maquillaje glamoroso. Incluso se hizo un cambio
de look y visitó un spa oriental.
En cuatro días, poco más de la mitad del dinero del
maletín se fue banalidades, lujos que quizás nunca se pondría más de una vez, o
no tendría oportunidad de lucirlos por el temor de ser asaltada.
Al sexto día, mientras almorzaba en el restaurante de un
reconocido hotel –que leyó en una revista sobre celebridades-, el celular
comenzó a vibrar en su bolsillo. Estuvo a punto de ahogarse, impresionada por
el aparato. Lo tomó entre sus manos y presionó la opción que le indicaba el
dispositivo. Era la mujer de la foto. Ésta le indicó que llevara el sobre –que
nunca abrió, pero que llevó con ella- y el dinero. Le pareció extraño, en
especial la parte del dinero. “¿Cómo sabe ella del dinero?”, aquella pregunta
dio vueltas en su cabeza hasta la tarde de su encuentro.
Mantuvieron una conversación normal, la mujer no
preguntaba nada fuera de lo común y parecían conocerse desde hace mucho tiempo.
Norah decidió abrirse un poco más, cuando la mujer le preguntó sobre su
experiencia durante el viaje. No perdió detalle al narrar todo lo que había
hecho desde que salió del hotel. Con cada minuto que pasaba, el rostro de la
mujer palidecía. Norah terminó su historia con el inicio de la aventura, en el
apartamento, y su gran laguna mental.
La mujer le dio un último sorbo a su té y le dirigió una
mirada seria a Norah.
- Ahora entiendo un poco más. Te sentía diferente, pero
pensé que era por el cambio de horario –su voz tembló- Mi nombre es Vanesa Río.
Soy doctora… Tu neurocirujana –Norah se sorprendió-. Hace quince años
descubrieron un mal en tu cabeza. Es genético. Una enfermedad muy rara, que
sólo la han tenido miembros de tu familia.
Norah estaba en shock. Sus manos se helaron.
- Mi padre era quien estudiaba la enfermedad de los
Angora. Él falleció hace tres años, en un accidente de tránsito, junto con tu
madre. Yo continué su investigación y pudimos determinar lo que provocaba tu
mal.
Norah sonrió ilusionada.
- Lamentablemente, la operación es muy costosa. Debido a
la mutación que sufrió la enfermedad. La séptima generación de los Angora, la
de tu padre, fue incapaz de tener más de un hijo. Ese detalle imposibilitó las
probabilidades de conseguir un donante, y el único que accedió pidió una
cuantiosa suma de dinero, para dejar asegurada a su familia.
La muchacha dejó caer el peso de su cuerpo sobre la
silla, estupefacta.
- En estos seis años, has estado trabajando sin descanso.
Las medicinas te las proporcionaba yo, pero me trasfirieron aquí. En el sobre
–lo abrió y le entregó los papeles. Norah tuvo miedo de leerlos- está tu
historia clínica. El dinero que has gastado, son los ahorros de tu vida y toda
la herencia que te dejaron tus padres. Y ésta operación… iba a salvarte la
vida.
- ¿Salvarme la vida?
- Sí. Todos los miembros de tu familia, debido a la
enfermedad, tienen una edad tope. Tu abuelo falleció a los cuarenta y cinco, tu
padre a los treinta y cinco…
Norah soltó los papeles. Ningún sentimiento apareció.
¿Qué tan miserable podría ser, para ni siquiera poder llorar de verse a dos
meses de una inminente muerte?
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