Colorful: 5 AMARILLO

Sucedió hace tres días.
Soy el encargado de un proyecto secreto del Gobierno Central, denominado “Colorful Glass”. Estoy bajo las órdenes del mayor Nero; en quien confié hasta que, sin pensarlo, escuché sus planes para con mi invento.
Ése día, uno de mis asistentes no logró terminar unas pruebas de laboratorio, así que tomé su lugar y lo envié a casa. Nada mejor que hacer el trabajo uno mismo. Quizás si no me hubiera quedado, ahora no estuviese corriendo, tratando de salvar mi vida.
Luego de confirmar los resultados de los test, abandoné mi laboratorio. Era pasada la medianoche, por lo que las instalaciones debían de estar vacías, al menos eso fue lo que pensé. Froté mis vistas cansadas, mientras recorría el pabellón Este. Me detuve al escuchar una voz familiar. Fui hasta el despacho del mayor, y me alegré de escucharlo con claridad, ya que deseaba entregarle los resultados en ese momento, y tomarme un descanso al día siguiente. Sin embargo, mi mano tembló en el pomo al unirse una segunda voz.
No logré reconocerla. Me sorprendió escucharlo mencionarme. La curiosidad pudo más. Puse mi oreja contra la puerta y guardé silencio.

-      …Mayor, no creo que deba repetirlo, ¿o sí?
-      Entiendo que ustedes deseen tener el primer prototipo para finales de mes, pero es imposible, si aún no es aprobado por el encargado…
-      El doctor Stevens es un total desastre. El Gobierno lleva meses apoyando el proyecto. Necesitamos resultados, pronto.
-      Prometo hablar con él… pasado mañana.
-      Llámelo ahora mismo –severo. Nero carraspeó la garganta- Mañana recibirán una orden para el traslado del proyecto a las instalaciones militares Alfa-4 –mi celular comenzó a vibrar. Me alejé de la puerta- Si no nos entregan los informes, confiscaremos cualquier indicio del proyecto y el doctor Stevens será deportado.
-      No contesta. Parece que ya está durmiendo.
-      ¡Es un niño! –espetó con burla- Quiero ese proyecto en mi oficina, el martes a primera hora, mayor Nero.

Corrí hacia mi laboratorio. Cerré con sigilo.
Lo único que se me ocurrió en ese momento fue hacer una copia de seguridad de todos los archivos, mientras creaba datos falsos sobre los resultados originales, con el objetivo de mostrar un error catastrófico si éste se llevaba a cabo a escala mundial.
Salí por la mañana, cuando todos regresaban. Mi asistente personal se mostró contrariado. Traté de mostrarme relajado. Me llamaron por el altavoz.
El mayor Nero me ordenó entregarle los resultados de la última prueba. Accedí sin titubeos. Él parecía aliviado de mi respuesta. Le pedí el día libre, alegando que estuve toda la noche en el laboratorio, terminando el test de seguridad. Envié a mi asistente a hacer una copia de todas las pruebas y me retiré de las instalaciones.

En cuanto llegué a mi apartamento, no perdí un minuto y comencé a planear mi huida. Con algo de suerte, los datos falsificados me ayudarían a permanecer con vida un par de días. Demasiadas pruebas que reconfirmar.
Encargué a unos amigos de confianza, que buscaran información acerca de boletos de avión y un modo seguro de conseguir una visa y papeles alterados. Mi máxima prioridad era salir del país, entre ayer y hoy. Desconecté todo dispositivo electrónico en casa o inalámbrico. Destruí mi celular y cancelé mis tarjetas de crédito. Empaqué todo al recibir los papeles.
Sin embargo, no recordé un pequeño detalle: mi asistente solía hacer copias de seguridad. Eso me daba un máximo de tres horas. Me asomé a la ventana con cuidado. Un par de 4x4 negras se estacionaron en la acera frente a mi edificio. Dejé todo. Los papeles, el dinero, mi maleta y salí. Me detuve a pensar por un segundo. Ellos de seguro usarían las escaleras de incendio y las principales. Además, de dejar un par de hombres en el lobby.
No sé si se deba a mi desesperación, pero comencé a escuchar los pasos de los guardias de seguridad. Volví al pasillo principal y caminé hasta el fondo, tambaleándome. Toqué el timbre un par de veces. Puse mi mano contra la puerta y alcé el rostro hacia la mirilla, esperando una respuesta.
Mi corazón se detuvo al  escucharlos en el piso inferior. La puerta se abrió y jalaron de mi muñeca. Mis ojos se pegaron al suelo. Pude escuchar el toque insistente en mi puerta. La abrieron. Entraron y enviaron una señal negativa sobre mi paradero actual.

-      Se han ido… -mis piernas flaquearon. Mi cuerpo se cayó en medio de una exhalación profunda- ¿Te encuentras bien?

Sólo pude negar en silencio, aterrado. Aseguró la puerta y se retiró con sumo cuidado.
Regresó y se acuclilló. Me entregó un vaso con agua. Por fin pude ver su rostro. Sonrió con amabilidad. Bebí un poco y volteé hacia la puerta.

-      ¿Por qué te seguían? ¿Eres un asesino o un ladrón? –lo miré a los ojos. Aguardaba con ilusión.
-      Soy científico.
-      ¿En serio? ¿Tan joven? –sorprendido.
-      Tengo veintiocho años.
-      Ah… No pareces. Lo siento.

Me ayudó a levantar y fuimos hasta su sala. Me senté en el sofá. Hizo lo mismo. Parecía contento por algo. Terminé mi agua. Dejé el vaso en la mesita de centro. Me quedé pensativo. Ahora es tarde, ni siquiera podré salir del edificio, chasqueé la lengua y cubrí mi rostro con ambas manos, frustrado.

-      ¿Cómo te llamas?
-      ¿Eh? –distraído. Lo miré- Ah, perdóname. Yo… -sacudí la cabeza. Estreché su mano- Soy Josh Stevens. Mucho gusto.
-      ¿Stevens? –reflexivo- Bueno, Josh, yo soy Ian… Ian Puree.

OK, ése es un apellido raro.
A pesar de que no le expliqué mi situación a Ian, él me ofreció su apartamento para quedarme, el tiempo que fuera necesario. La verdad, me sorprendió bastante que existiera alguien capaz de darle alojamiento a un completo extraño, en especial después de ver cómo un grupo de hombres de negro armados lo buscaban.

Terminó el martes.
Ellos ya deben saberlo, resoplé con preocupación.
Ian se acercó. Giré y traté de parecer sereno. Me invitó a cenar.
Ian vivía solo. Debido a una discusión con la familia actual de su padre, había decidido desligarse de ellos y vivir por su cuenta. A pesar de ello, sus padres y abuelos, le entregaron su herencia, y es por eso que no se preocupa más que por comer y dormir bien. “Incluso he comprado el apartamento”, dijo entre risas. No me agrada la gente que tiene su vida resuelta.

Jueves por la tarde. Veinte para las seis.
Ian regresa de hacer las compras. Frota su nuca.

-      Han sellado tu apartamento –dice en voz baja- Como si hubieras muerto y fuera la escena del crimen.
-      Puedes estar seguro que lo estaré si ellos me hallan –cruzó mis brazos y resoplo con cansancio.
-      Pero, Josh, ¿qué tipo de científico eres? ¿Robaste algo de una instalación SUPER secreta del estado, o algo así?
-      ¿Robar? –me reí con fastidio- No creo que tratar de recuperar mi propio invento se le pueda decir “robar”…
-      ¿Inventaste algo?
-      Algo malo… -sacudo mi cabeza y me acerco a él- En realidad, no era malo, pero lo usarán para algo malo, estoy seguro. De otro modo, no estarían tras mi cabeza. Ellos no quieren que se sepa la verdad, por eso planeaban desaparecerme. Si hubiera algún modo de comunicarme con ella… -ruedo los ojos, impaciente.
-      ¿Ella? –lo miro. Asiento.
-      Hay una bióloga que forma parte de mi equipo, bueno, ex equipo… Ella tiene que salir de ahí. Espero que logre verlo y se retire a su casa.
-      ¿Qué tan malo puede resultar tu invento?

Por fin logré ver su gesto aburrido. Fui hacia la ventana, resguardándome para no ser visto.

-      ¿Puedes imaginarte viviendo en una gran bola de cristal? –se contrarió- Una máquina capaz de controlar el clima global, el día y la noche… quién vive y quién muere… Capaz de resolver cualquier guerra, siempre y cuando sepas su manejo.
-      ¿Qué fue lo que…?

La luz se intensificó en el exterior. Retrocedí alarmado. Tomé a Ian de la muñeca y lo obligué a sentarse. Él no comprendía.

-      Pase lo que pase –lo miré a los ojos- No abras los ojos, hasta que deje de temblar…
-      ¿Temblar?

El edificio se sacudió con fuerza. Los gritos se extendieron, tanto dentro como en la calle.
Explosiones, sirenas, el chirrido de las llantas.

El silencio.

Noté que Ian se había aferrado a mí, nervioso. Entreabrí un ojo, con cuidado. La penumbra se había apoderado de la ciudad.

-      ¿Ya puedo abrirlos? –susurró.

Hice que me soltara. Abrió los ojos con cuidado. Me acerqué a la ventana.

-      ¡Dios mío! –Ian me sujetó con fuerza- ¡Qué he hecho!

-o-

Éste ha sido el capítulo cinco.
He actualizado más rápido (comparado con otras ocasiones), debido a que tengo casi finalizado el original. Sólo estoy corrigiéndolo antes de subirlo.
Espero que lo disfruten y, si pueden, dejen sus comentarios.
¡GRACIAS!

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